Luego de una larga reflexión, Ann Julie y yo llegamos a la conclusión de que sufrimos la terrible maldición de la mujer (sobre)educada. Sí, esta es una enfermedad altamente contagiosa que se puede adquirir a temprana edad y que casi siempre es causada por la lectura y el deseo de aprender. Luego de ser infectada, usualmente en la niñez o temprana adolescencia, la maldición se apodera lentamente de la joven. En la luna llena después de la graduación de escuela superior (o bachillerato si la infección fue a una edad más avanzada) el cambio es permanente. Esto produce mujeres brillantes, inteligentes, con opiniones y metas propias, y que no tienen miedo de contestar o expresarle nada a nadie. Este comportamiento suele ser constante, o sea, una vez comienza, no de detendrá.

Obviamente semejante criatura no puede ser alentada, ya que infectará a otras, o producirá crías igualmente pensantes. Es aquí donde entra la sociedad al rescate. Con frases como “esas son cosas de niñas” o “¿te vas a dejar ganar de una nena?” instruyen al niño y futuro hombre a rechazar estas mujeres por miedo a que los superen. Esto no tiene que ver nada con el nivel de inteligencia del chico: lo sufren los que son inteligentes y los que no tanto. Simplemente no pueden tener a su lado –sea por baja autoestima o alguna otra razón– a una persona igual de pensante que ellos, y ni se diga si es exitosa.
En una ocasión escuche a un joven decir: “La verdad es que al principio me gustabas, pero cuando te dije que no podía salir porque esa semana tenía bajo presupuesto, y me invitaste al cine porque tu pagabas, me sentí inútil y perdí el interés”. Me gustaría que alguno de los hombres que lean esto me expliquen que exactamente quiso decir él, porque al sol de hoy no lo entiendo. Ambos éramos estudiantes y trabajábamos, pero aún así era obvio que lo que él esperaba era una chica que dependiera de él.
Es por eso que no puedo evitar pensar que en vez de una mujer sobresaliente, inteligente, independiente y confiada en quien puedan contar, los hombres siempre preferirán –en su mayoría, para que no paguen justos por pecadores– a la ignorante rubia o pelirroja que se ría de todos sus chistes y dependa de él para tener estabilidad mental y emocional (sin ofender a pelirrojas excepcionales como Margaret Sanger y Emily Dickinson, y a rubias inteligentes como.... um... como...ejem)
En una ocasión escuche a un joven decir: “La verdad es que al principio me gustabas, pero cuando te dije que no podía salir porque esa semana tenía bajo presupuesto, y me invitaste al cine porque tu pagabas, me sentí inútil y perdí el interés”. Me gustaría que alguno de los hombres que lean esto me expliquen que exactamente quiso decir él, porque al sol de hoy no lo entiendo. Ambos éramos estudiantes y trabajábamos, pero aún así era obvio que lo que él esperaba era una chica que dependiera de él.
Es por eso que no puedo evitar pensar que en vez de una mujer sobresaliente, inteligente, independiente y confiada en quien puedan contar, los hombres siempre preferirán –en su mayoría, para que no paguen justos por pecadores– a la ignorante rubia o pelirroja que se ría de todos sus chistes y dependa de él para tener estabilidad mental y emocional (sin ofender a pelirrojas excepcionales como Margaret Sanger y Emily Dickinson, y a rubias inteligentes como.... um... como...ejem)
Y mientras encuentro a uno de esos pocos valientes (que no duden que aún creo en su existencia, al igual que en la de ‘Santa Clause’) que no tema tener a una verdadera igual a su lado –una que no dependa de él, sino que elija estar con él– pues prefiero quedarme con mis compañeras maldecidas: mujeres con pensamiento crítico y propio, dependientes de nadie, de quienes me siento orgullosa de estar rodeada.
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